Baja California 9 de enero de 2018 (GT).-Lo de las canicas, los carritos, el avión y el stop, fue un cuento que platiqué el sábado por la mañana. Con un gis, en la cochera dibujé y brinqué el avión y también una carreterita, jugué puchoncitos con un viejo carrito verde. Encontré en un cajón, tres canicas: un ponche y dos agüitas, busqué un espacio donde hubiera tierra para hacer una choyita, no hay, traté “tres, chiras, pelas” en el suelo y las canicas rodaron abajo del sillón. Me paré en la rueda del stop, no sé jugar contra mí.
Después de brincar el avión, pintarrajear la cochera con el gis y aventar la bolita de papel higiénico mojado a los cuadros, me senté en la rueda del stop a ver el avión, los números, el círculo grande con el diez al centro y vi el tiempo. Vi niños despeinados con las rodillas raspadas, otros tirados de panza en la banqueta empujando los carritos, los patios escolares, las banquetas rayadas, puertas de las casas abiertas, señoras en la cochera “echándole un ojo” a los niños.
Quise compartir la anécdota que traspasaba el tiempo y publiqué una breve reseña de mis juegos en solitario. Escribí que, en las primeras semanas del año, invitaría a mis amigos y vecinos a jugar en la calle. La publicación causó cierto interés y en los comentarios, se puede leer: “¡quiero jugar!”, “¿puedo llevar mi cuerda para saltar?”, “yo llevo la matatena y el resorte”. En mensajes privados escriben: “¿es en serio?”, y me piden que los invite cuando sea el día de juego callejero.
En las calles, y por muchas razones, ya no hay niños jugando afuera, además de lo inseguro que resulta, el tránsito de automóviles lo ha hecho imposible. El día después de Reyes, no se ven las bicicletas nuevas, ni patines o patinetas, balones y no hay banquetas rayadas con gis.
Los patios de las escuelas, por ejemplo, se volvieron exclusivamente canchas de básquet, voleibol o futbol, una suerte de competencia sin reglas, un aventadero de balones. No he visto, en el colegio donde trabajo, grupos saltando la cuerda o brincando el resorte. Tampoco círculos de niños sentados en el suelo jugando matatena, carreteritas, saltando el avión, jugando “stop”, tampoco partidos de canicas.
Todo se volvió peligro en las calles y en los patios escolares. Que si se pueden tragar las crucecitas de la matatena o las canicas, que si se pueden descalabrar, que si se lastiman las rodillas, como si esos juegos de integración no fueran ya aptos para los niños, su autoestima se lastima en caso de perder y se altera si siempre ganan. Sin jugar, los niños se aburren y tienen más tiempo para aprender a hacerse “bullying”.
El video de Paul Simon, Me and Julio down by the schoolyard, lo puedo ver muchas veces, me pone contenta la juventud, me hace feliz ver la integración de los chicos; este video fue grabado en 1988 en una escuela en Nueva York y es una referencia de todos los patios de todas las escuelas de todo el mundo, lo que fue y lo que puede volver a ser, si alguien se lo propone. El clip, muestra de la diversidad de juegos, de personalidades, de edades, todos juntos en un mismo espacio, cada grupo haciendo lo suyo sin interrumpirse, molestarse o pelear. Un mundo divertido.
En la telesecundaria #24 de Pucnachén, una población del municipio de Calkiní, en el estado de Campeche, se realizan concursos de esos juegos de ayer. En las escuelas urbanas no, en ellas, la tecnología, el uso de los dispositivos electrónicos y las competencias tienen más importancia que los juegos simples.
En Pucnachén, población que apenas alcanza los mil habitantes, hay maestros con el ingenio de hacer que los niños sepan jugar con actividades que no son competencias ni torneos, son concursos de actividades para la integración, la empatía, la convivencia sana. Esta escuelita recrea en pequeño, el video en la escuela de Nueva York.
Será en un día de enero que los juegos hagan de las suyas en la calle. Están avisados todos aquellos que dijeron “¡quiero jugar!”, trataremos de recordar las reglas de cada juego. Nadie volverá a ser niño ni andará con nostalgias ni melancolías, es una reunión para respirar el aire de una esquina tranquila en una tarde cualquiera, un rato que nos recuerde la empatía y la armonía que causa, jugar en la calle.