Madrid 7 de abril de 2016 (elpais).- Ante la incredulidad general, al Madrid no le queda otra que poner en marcha toda la maquinaria propagandística para apelar a sus tradicionales bandas sonoras de las remontadas.
En una noche de pesadilla se fue de Wolfsburgo, una ciudad sobre ruedas donde el fútbol apenas tiene leyendas, con un susto de aúpa.
Se impuso el heroísmo de la debilidad y el equipo alemán, tan poco enraizado en la élite europea que debutará en Chamartín el próximo martes, se sintió celestial, iluminado como nunca.
Con poco, justo lo que tiene, se aprovechó de la flojera defensiva madridista y armó el taco a un rival que llegaba lanzado desde el Camp Nou.
En Alemania no fue el mismo y su respuesta, en ataque y defensa, no estuvo a la altura cuando no le queda otra que jugarse todos los cuartos en la Copa de Europa.
El fútbol no deja de sorprender. Resulta que en Wolfsburgo, Keylor Navas fue batido por primera vez en el curso europeo, Cristiano, que apabulla en Europa, se quedó seco y hasta Zidane tuvo que tirar de Isco y James en detrimento de Modric y Kroos.
No hubo solución. Quizá la encuentre en el Bernabéu, porque pese al traspié la diferencia entre ambos conjuntos es muy superior al 2-0. Pero esto es fútbol…
Tal y como comenzó el choque nada hacía presagiar lo sucedido.
El duelo se inició acorde al único guion previsto, que se cumplió letra por letra en el primer cuarto de hora. Con el Wolfsburgo achicado ante la jerarquía de su adversario, concediéndole un trato aristocrático, el Madrid no disimuló su escudo.
El equipo español maniobró como correspondía a un equipo al que el cartel anunciaba con frac.
Los de Zidane colonizaron la pelota, orquestada por Modric y Kroos, con Bale, Cristiano y Benzema muy móviles, a tiro del gol. Los locales contemplaban desde la última fila, muy cerca de su portero.
Anotó CR, pero en fuera de juego. Que el Madrid abriera el marcador era cuestión de un parpadeo. Al menos eso parecía hasta que se lastimó Benzema en un castañazo de rodillas con Naldo.
Incluso dolorido, con el gesto retorcido, el francés hizo descarrilar al rígido Dante y se plantó ante Benaglio, que rebañó el balón a lo Casillas en Sudáfrica.
Hasta los cojos tenían el gol a un palmo, lo que subrayaba la flacidez del cuadro alemán.
De repente, de lo que parecían cenizas surgió Draxler, un jugador de alto nivel técnico, de los que anticipan el buen fútbol por su visión más que por su carrocería.
Sin ser veloz logra que la pelota vuele. El chico tiene fama de apocado desde sus días en el Schalke, pero en el día grande en la urbanización de Volkswagen salió del cascarón.
Mala señal para el Madrid, tanto por la calidad del germano como por la inconsistencia defensiva de Danilo, relevo de Carvajal, único cambio respecto al clásico. Si Zidane quería un lateral más ofensivo, se olvidó de Draxler.
La primera aventura del joven derivó en un penalti de Casemiro a Schürrle, que le ganó la delantera y acabó trompicado con el brasileño.
El suizo Ricardo Rodríguez, hijo de un pontevedrés, la clavó al lado contrario de Keylor. Un gol súbito, desconcertante.
Nadie notó más la sacudida del tanto que el propio Wolfsburgo, que certificó la máxima de que el fútbol es un estado de ánimo. No es una cantinela como se advirtió en este choque tan desigual.
El cuadro de Dieter Hecking se creyó que no era un simple telonero.
Y nadie se confió más que Draxler, que inició un pulso con Bale. En orillas opuestas, pero convertidos ambos en los dos grandes guías de la jornada.
El alemán interpretó de maravilla cómo pillar la matrícula al desnortado Danilo.
A su espalda, Draxler arrancaba a mar abierto. Lo mismo daba que solo le acompañarán uno o dos colegas, suficiente para poner en jaque a la defensa madridista, cándida en varias acciones. Por ejemplo en la jugada del segundo gol.
Draxler, por supuesto, cruzó la pradera en diagonal ante el vistazo general de los visitantes, conectó con Bruno Henrique y la asistencia del brasileño la remató Arnold, que se plantó en las narices de Keylor con toda la puerta abierta.
Había que frotarse los ojos. Los lobos, como se conocen a los muchachos del Wolfsburgo, ya no eran corderos.
La mejor respuesta del Madrid llegó por el carril de Bale, que en la izquierda es una tromba. Vieriniha, que hasta perdió una muela por un trompazo involuntario de Kroos, pedía socorro.
Cada acelere del galés era un martirio para los alemanes, como en uno de sus muchos centros precisos que cabeceó fuera por un dedo Benzema.
La última escena del francés, que se tuvo que ir antes del intermedio. Bale era la vía del Madrid, pero en el segundo acto el coro se olvidó más de la cuenta del británico.
El equipo alemán se tomó el periodo con todas las cautelas, su botín era tan inmenso como impensable. En un largo trecho logró que en el segundo tramo apenas hubiera migas, entregado a dos defensas tan poco fiables como Dante y Naldo.
Zidane dio pista a Isco por Modric y el Madrid se activó.
Isco le dio carrete al juego y todo el equipo subió de marcha. Un pase filtrado de Isco a CR no fue gol porque se interpuso el sobrio Benaglio.
El Madrid nunca volvió a ser tan coral como en el estreno del partido, poco a poco le pudo la ansiedad, petrificado ante una situación tan inopinada.
Irrumpió James, pero tampoco encontró remedio. Cuando menos se esperaba resulta que el Madrid se ha metido un jaleo considerable. Arcanos de este juego tan capaz de desmentir toda lógica.